Por lo tanto, es bueno recordar una y otra vez que a quien predicamos y a quien presentamos es al mismo Señor. «No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor, y a nosotros como siervos vuestros por Jesús». Esto significa que es al Señor a quien hay que dar; es a Él a quien hay que llevar a las personas.
Todo esto nos lleva al interior, a ver cómo es nuestra relación con el Señor, nuestra vida espiritual. Pero ante todo ¿Qué entendemos por vida espiritual? Es la relación intensa y frecuente que tenemos con el Señor, que pasa por colaborar con la gracia en la conformación con el Señor Jesús por medio de la piedad filial mariana. El camino pasa por vivir la espiritualidad de María, y hacer que nuestros pensamientos, sentimientos y acciones sean las del Señor cumpliendo así el Plan de Dios. Para lo cual, el ejemplo de docilidad de Santa María es clave. Hacer pues, que nuestra vida sea una oración, un acto de amor a Dios.
De aquí se desprenden elementos muy concretos.
*La frecuencia de nuestra oración. Los momentos fuertes y cotidianos de oración personal y comunitaria.
*El acudir a los sacramentos, especialmente la Eucaristía.
*La piedad filial a María por la oración y el ejemplo de sus virtudes.
*El trabajo en el propio recogimiento y en los silencios como camino para ser cada vez más dueños de nosotros mismos y encaminar nuestra voluntad hacia el Plan de Dios.
*El trabajo por la conversión, especialmente en el despojarnos de los pecados y lo malo de nuestra vida y el vivir las virtudes del Señor.
*Y todo esto, para estar disponible al Señor para vivir el amor y la donación al prójimo.
Estas serán algunas cosas, medios y caminos, que nos ayuden a vivir esa vida en el Espíritu, esa apertura a lo sagrado, esa amistad con el Señor y docilidad a los Planes de Dios. Sin embargo, todo esto muchas veces lo sabemos. Es por ello necesario poner en obra todo lo que esté a nuestro alcance para poder vivir como Jesús, para poder estar con Él y así predicarlo en primera persona. Y es que «sólo los santos cambiarán el mundo».
Nuestra misión como apóstoles requiere el estar con Jesucristo. Como María en la visitación, que se vuelve la portadora del Señor, de quien es la Luz, y así lo transmite maravillosamente a su prima Isabel. Es como Ella que debemos llevar al Señor en nuestra vida, para que lo transmitamos a todos, como la Luz maravillosa en medio de la oscuridad que muchas veces hay en el mundo. Así se cumplirá lo que el Señor nos pidió: «Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos».
Y esa luz es Cristo, quien no ha venido a «quitarnos nada, sino a darnos todo», como afirmó el Papa Benedicto XVI. Nuestra misión es llevar al Señor que tenemos dentro, ya que «predicamos, no buscando agradar a los hombres, sino a Dios…Nunca nos presentamos, bien lo sabéis, con palabras aduladoras, ni con pretextos de codicia, Dios es testigo, ni buscando gloria humana».Es Él quien nos da la respuesta; primero a nosotros mismos, y a partir de nosotros y de nuestra vivencia de la Verdad, al mundo. «Pues el mismo Dios que dijo: De las tinieblas brille la luz, ha hecho brillar la luz en nuestros corazones, para irradiar el conocimiento de la gloria de Dios que está en la faz de Cristo. Pero llevamos este tesoro en recipientes de barro para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros». Es Dios quien ha iluminado nuestra vida, le ha dado sentido, nos ha llamado a su lado, para que podamos decirle a la gente cuando nos pregunte por la felicidad que vivimos: «Ven y lo verás».
Siempre recordemos que estamos llamados por el Señor a ser apóstoles en un mundo que necesita al Señor, que necesita luz. Que necesita de personas que prediquen la Verdad, el Amor, la Esperanza, a Dios. No ilusiones vanas, no cosas que se acaban, no cualidades humanas, sino a Cristo. La gente necesita a Dios, y el Señor nos ha llamado como embajadores suyos. Por eso, nunca olvidemos de exclamar como San Pablo: «¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!».
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