sábado, 20 de junio de 2009

DOMINGO XII TIEMPO ORDINARIO

“¿QUIÉN ES ESTE? ¡HASTA EL VIENTO Y EL MAR LE OBEDECEN!”.


Hemos vivido grandes solemnidades en la vida de la Iglesia: el envío del Espíritu Santo en Pentecostés, la Santísima Trinidad, Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote y el Corpus Christi y, la vida de los cristianos, retoma o recobra la normalidad. Aunque, siempre, la vida de un cristiano tendrá que ser extraordinaria, como dice san Josemaria: “la grandeza de la vida ordinaria”; cada día para el cristiano es una continua fiesta, una gloria a la Trinidad, una apertura al Espíritu y un recoger fuerzas de la fuente de la Eucaristía.
Cuando una es cristiano a partir del bautismo en la iglesia católica, no se nos hace un seguro de vida. Es decir; no se nos garantiza que por el hecho de serlo, vayamos a estar libres de dudas y de batallas, de dificultades y de tormentas.
Jesús, que era el Señor, no vivió ajeno a ellas, los discípulos tampoco y ¿nosotros? Posiblemente si analizamos nuestra propia historia, encontraremos enseguida situaciones tormentosas, difíciles. Momentos en los que hemos sentido que el mundo (la familia, el matrimonio, el trabajo, los estudios, etc) se nos iba entre las manos, se abría en mil fisuras bajo nuestros pies. A los que nos decimos amigos de Jesús, no nos deben de asustar las tormentas que dañan la imagen de la Iglesia (tampoco quedarnos de brazos cruzados); no nos debe de paralizar cuando, la barca de nuestra fe, haga seña de sacudirnos fuera. Y no nos debe de asustar porque, entre otras cosas, Jesús va por delante.
La propuesta del Evangelio, desde sus mismos inicios, encontró adhesiones, deserciones y críticas. El mensaje de Jesús, cuando se vive medianamente bien, asombra. Y puede asombrar en dos sentidos: * Cuando los cristianos vivimos convencidos y con entusiasmo el hecho de que somos Hijos de Dios y, por lo tanto, damos razón de El allá donde estamos. * Cuando los cristianos nos diluimos en medio del mundo y, lejos de darle sabor, a penas se nota nuestro ideario, nuestra pertenencia a la iglesia, nuestra experiencia de Jesús Resucitado, en otras palabras: somos del mundo y no somos de Dios.
Tremenda responsabilidad el que tenemos ante los demás: podemos asombrar en doble dirección: cuando se nos nota lo que somos y, por el contrario, cuando somos insípidos en el ser, hablar y obrar.
Es el momento oportuno para situarnos delante del Señor. Para retomar, con serenidad, la oración, la eucaristía. Para interpelarnos sobre nuestros temores ¿A qué tenemos miedo? ¿Por qué tenemos miedo? ¿A quién? Si, el Señor, nos ha dicho que estará con nosotros todos los días hasta el fin del mundo, esta promesa nos debe de producir una sensación de paz, de confianza y de fe.

Pbro. Christian Juárez Sánchez
Párroco

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