domingo, 12 de julio de 2009

DOMINGO XIV TIEMPO ORDINARIO

“NO DESPRECIAN A UN PROFETA MÁS QUE EN SU TIERRA”.


Jesús vuelve a Nazaret, su tierra, no por haber nacido en ella sino por haber vivido allí después de volver de Egipto. Jesús, como judío piadoso y cumplidor que era, acude a la sinagoga el día del sábado que según la ley mosaica era sagrado. La Iglesia, desde el principio de su historia, sustituyó el sábado por el primer día de la semana, que comenzó a llamarse domingo, precisamente por ser el día del Señor, Dominus en latín. Con su conducta Jesús nos da ejemplo para que también nosotros santifiquemos ese día dedicado a Dios y no el que a cada uno le parezca oportuno.

Jesús asiste al rito de la sinagoga y comienza a hablar, haciendo uso del derecho a intervenir que tenía cualquiera de los asistentes. Sus palabras trascienden sabiduría, fuerza y luz para quienes le escuchan con buenas disposiciones. En cambio, para quienes oyen con espíritu crítico, esas mismas palabras provocaron la desconfianza y hasta el escándalo. ¿De dónde saca todo eso? ¿No es éste el hijo del carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón?
Lo primero que hay que aclarar es que estos hermanos que se nombran aquí, así como en otros pasajes evangélicos, no se pueden entender como hermanos propiamente dichos. María, en efecto, sólo tuvo un hijo, y éste por obra y gracia del Espíritu Santo. Es decir, Santa María fue siempre virgen. Lo que ocurre es que, según el modo de hablar de los semitas, se llamaban hermanos también a los parientes, más o menos cercanos, como podían ser los primos.

La enseñanza para nosotros hoy es que debemos poner mucha atención a lo que ocurre a nuestro alrededor en todas las manifestaciones de la vida, y, asimismo en el ámbito religioso. Así como se presentó en Nazaret, Jesús nos dirige hoy su palabra y nos reta a conocerlo a profundidad, a transformar nuestra vida y a hacernos fuertes en medio de los sufrimientos. Asimismo nos propone que nos encontremos con él nuevamente por primera vez, de tal manera que no sólo digamos que lo conocemos, sino que nuestro modo de vivir lo demuestre.
También nosotros somos un pueblo “testarudo” y obstinado, como lo era el pueblo de Israel pero dejemos que el Señor entre en nuestra vida y haga milagros.

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